Sin necesidad de cerrar los ojos
ni ocultar la mirada,
tomé refugio
en la cálida duna
de cremosa arena rodeada.
Inundé mis costillas
con la brisa del mar,
agarré con mis dedos
suavemente la luz
y la posé en mi pecho.
Y ahora escucho embelesada
la plegaria silenciosa
de mi gloria.
de mi gloria.